La mirada de los otros posiblemente también sea la mía.

20.5.08

Leyenda albanesa.




El pescador de hojas



Eduardo, un buen padre de familia, era pescador en la costa del mar Adriático, pero no alcanzaba a alimentar a sus cinco hijos. Una vez pasaron diez jornadas sin que obtuviera un solo pescado. Los vecinos lo lamentaban, pues era trabajador y conocedor de su oficio.
En una ocasión el rey Julián, alto y de negro cabello rizado, pasó cerca de la casa del pescador y escuchó que los pequeños se quejaban de hambre. Preguntó qué ocurría y, al conocer los méritos y situación de Eduardo, pensó ayudarlo.
—Cada vez que atrapes algo con tu red, tráelo al palacio para que lo coloquemos en el platillo de mi balanza. En el otro platillo pondré el mismo peso en monedas de oro para ti —le informó.

Feliz por la promesa, Eduardo se hizo al mar por tres largos días. Remaba, lanzaba la red y la traía de vuelta al barco. Pero siempre estaba vacía. Desilusionado, tomó la ruta de regreso.


Ya en el puerto, echó la red por última vez. Al retirarla encontró una hoja de roble muy dañada por el agua del mar. Su amigo Antonio pasaba por allí.
—Llévasela al rey —le recomendó.
—Después de todo, fue lo único que pesqué… —respondió Eduardo y se dirigió al palacio. Al verlo, el rey comenzó a reír.
—Amigo, esa hoja tan liviana no hará que la balanza se mueva ni un poco. Pero hagamos la prueba —le dijo.
El pescador puso la hoja sobre el platillo. Para sorpresa de todos, éste bajó como si estuviera cargado de plomo. El tesorero comenzó a poner monedas en el otro platillo. Tuvo que colocar sesenta para equilibrarlos.


Eduardo se fue con ellas a comprar todo lo necesario para su familia. El rey conservó la hoja y convocó a los sabios, que la examinaron por días. Nunca dieron con la explicación de su misterio.
Ni siquiera Eduardo alcanzó a saber qué había pasado.
El secreto de la hoja dormía en su infancia. El pescador tenía tres o cuatro años de edad cuando un labrador vecino arrancó un pequeño roble que había surgido en los límites de su propiedad. El pequeño Eduardo lo recogió y lo plantó en un sitio que nadie cultivaba.
El ahora enorme árbol había aprovechado la oportunidad para agradecer a quien le había salvado la vida.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Una lección de la vida...

Aunque sea por simple egoísmo, antes de segar la vida en cualquier forma, habría que darse cuenta que, tal vez, aquello, en otro momento, pueda salvar la tuya o la de los que amas.

Preciosa historia y alentadora leyenda.

Un abrazo...

durresi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
durresi dijo...

Hace más de una década que no había vuelto a leer este precioso relato que tanto me impresionó que pudiera leerlo también en español. Mi abuela me lo contó una vez de pequeño y desde entonces se me ha quedado en mi memoria..

Enhorabuena al/a la traductor/a saludos desde Madrid Capital.

gemma dijo...

oh! gracias por tu comentario.
Yo también hacía mucho tiempo que no me llegaban comentarios sobre el blog...
que bonito y agradable que me llegue este comentario tan entrañable. gracias

durresi dijo...

Podría usted (Clevus) decirme amablemente de dónde consiguió este libro de leyendas albanesas porque yo soy un estudiante albanésy me interesaría tenerlo a mi posesión un libro así,como un recuerdo.??

gemma dijo...

Saludos durresi !

Encontré la leyenda en alguna página de internet de la que ahora no tengo referencia.
Ahora he mirado en enlaces a páginas por si hubiera alguna referencia: he encontrado esta página donde hay en venta unos cuentos albaneses pero desconozco si está esta leyenda.
http://tienda.cyberdark.net/miraguano-g847.html.

Siento no poder ayudarle.
un abrazo.

Anónimo dijo...

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